11 de septiembre. Hace algunos años se produjo uno de los acontecimientos más importantes de la Historia universal. ¿América? ¿Nueva York? No, Cataluña. Porque hace trescientos años, se producía la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión Española, hito que -según los nazionalistas catalanes- marcó el inicio del fin de la libertad de Cataluña.
Pero las revueltas en Cataluña ya venían de lejos. En 1640, a partir de la "Unión de Armas" promulgada por el Conde-Duque de Olivares con el fin de aliviar fiscalmente a la Corona de Castilla -quien llevaba el peso económico de las guerras y empresas en las que la Monarquía Hispánica se vieía envuelta-, el Reino de Portugal y el Principado de Cataluña se revelaron contra este intento centralista. El Principado pasó a rendir vasallaje y pleitesía a Francia, intitulando la propia Generalidad a Luis XIII como "Conde de Barcelona". Fue en este frente donde la Corte madrileña centró todos sus esfuerzos, en parte por ser parte de la Corona de Aragón y por miedo a que se convirtiera en punta de lanza francesa en la Península; por otro lado, se obvió el conflicto con Portugal. La revuelta pronto se convirtió en la Guerra de los Segadores, reafirmándose el encontronazo con Castilla y la dependencia de Francia. Pero con el paso del tiempo, la balanza se inclinaría hacia el lado hispánico. El fin de la Guerra de los Treinta Años permitía a Castilla centrar sus fuerzas en el Principado. Igualmente, entre la sociedad catalana crecía el descontento con la política de la Corte parisina, pues el centralismo borbónico iniciado por Luis XIII y Richelieu se afianzaba con sus sucesores, Luis XIV y Mazarino, quienes además prohibieron el catalán en estos territorios; además, la presión fiscal ejercida por Francia recordaba a la "Unión de Armas" del Conde-Duque, y el ejército francés acantonado en el Principado tenía un comportamiento peor que el castellano. Vista la situación, comenzaron las primeras conspiraciones e intentos de vuelta al statu quo anterior a 1640, facilitándose así la entrada del ejército castellano en Cataluña, que bajo la dirección de don Juan José de Austria, tomaría Barcelona en 1652. La guerra finalizaba y quedaba sellado el Tratado de los Pirineos siete años más tarde, según el cual Francia incorporaba el Rosellón y algunos territorios más de la Cataluña transpirenaica, integrándose definitiva y absolutamente en el sistema centralizado borbónico y perdiendo -de esta forma- la libertad de hablar en catalán y siendo sometidos a una gran presión fiscal.
Gran fallo el que tuvimos, al cambiar una región y una economía mediterránea decadente en detrimento de un Reino y una economía atlántica en pleno auge, con gran número de colonias y el Brasil. Tal vez de haber mantenido el territorio portugués -enfocado hacia América y Asia- y no el catalán -dirigido a un Mediterráneo presionado por las incursiones turcas-, la Monarquía Hispánica hubiera seguido siendo primera potencia, ahorrándonos además todos los quebraderos de cabeza secesionistas y nazionalistas actuales.
Pasados cincuenta años, la guerra volvió a la Corona de Aragón. Con la muerte sin descendencia directa de Carlos II, Europa se ve envuelta en un conflicto bélico para colocar en el trono de la moribunda gran potencia hispánica a uno u a otro pretendiente. La Corona de Aragón -más feudalizada- luchó por la causa del archiduque Carlos de Austria, cuya política austracista consistía en continuar con el modelo federalista de los Habsburgo, conservando así su independencia económica. Castilla, por el contrario, prefirió a Felipe de Anjou, quien impondría un centralismo borbónico similar a la fallida "Unión de Armas", lo que supondría un alivio fiscal para las arcas del reino. En 1714, era de nuevo la caída de Barcelona la batalla que auguraba el fin de la guerra, y un año más tarde, ya con la victoria de Felipe de Anjou -quien reinaría como quinto-, se promulgaron los "Decretos de Nueva Planta", por los que la Corona de Aragón -esto es, los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca y el Principado de Cataluña- perdía sus fueros e instituciones, integrándose totalmente en Castilla y cerrándose el centralismo.
De aquí deriva la manifestación secesionista -no puede ser independentista pues Cataluña nunca ha sido colonia, mientras que siempre ha sido dependientes de otro poder real, bien de Aragón o bien de Francia (recordemos que Luis XIII y XIV eran "Condes de Barcelona")-. El Principado luchó por una opción política y por un rey, como hizo el resto de la Corona Aragonesa. No luchó por ninguna independencia, sino en contra del centralismo castellano.
Los catalanes hace tiempo que decidieron que no querían formar parte de España. Aunque bien es cierto que durante la centuria decimonónica hubo manifestaciones tradicionalistas pro-españolas en la región, como fueron las guerras de los Agraviados, las tres carlistas, la de los Matiners o el famoso Tercio de Montserrat -ya en la Guerra Civil-. Cataluña ha demostrado ser un hijo malcriado, ingrato e insolidario. Se llenan la boca con que España les roba mientras ponen la mano para seguir recibiendo subvenciones, y cuando se les ha pedido ayuda, no sólo la han denegado, sino que se han vendido a los enemigos. Puede que los secesionistas tengan razón en una cosa, como se pregunta Carlos Esteban, tal vez muchos de ellos estén revelándose inconscientemente contra el centralismo jacobino que tanto mal ha hecho a la Monarquía Hispánica.
Cada vez son más los españoles que se hartan de la bobuna nazionalista. Yo por ejemplo, hace tiempo, hablando con un amigo hijo de la Corona de Aragón, me comentaba cómo en su pueblo, se refieren a la Península Ibérica como "Castilla", hablen de Santillana del Mar, de Puertollano o de Tarifa; para ellos, todo lo que va más allá de la frontera aragonesa es castellano, sin distinciones. Esta pequeña curiosidad, a mí me sirvió para darme cuenta que -en efecto- muy poco tenemos en común castellanos y aragoneses, reafirmando y consolidando mi ideología foral-tradicionalista. Por eso, para ser justos con los secesionistas, debería hacerse el referéndum que tanto desean. ¿Quiénes somos nosotros para impedir que vivan felices de una vez por todas? Pero claro un referéndum no sólo en Cataluña, sino en todo el territorio nacional, pues es algo que nos afecta a todos. Yo por mi parte ya tienen mi "sí". Sí a que dejen de parasitarnos, que ya cometimos el error de elegir mal, arruinando el reino más próspero de su tiempo y embarcándonos en empresas que nos acabaron de hundir. Pero una vez que se vayan no quieran volver, como ya hicieran en 1640; si se arrepienten, que no nos tomen por tontos.
Y es que no sólo los catalanes perdieron su "libertad" en 1715. También lo hicieron los aragoneses, valencianos y mallorquines, y doscientos años antes, Castilla ya veía sus fueros suprimidos tras la derrota de Villalar. Lo que está claro es que yo no quiero que una región insolidaria, ladrona, traidora e ingrata siga recibiendo favores de Castilla, más aún cuando aquí también perdimos nuestras libertades forales:
Pues como dice este romance «en Castilla ya no mandan los que debieran mandar», y como escribió José Luis Díez «tú, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que un tan noble reino como eres, sea gobernada por quienes no te tienen amor» (DÍEZ, J. L.: Los Comuneros de Castilla, Mañana, Madrid, 1977. p. 7), yo cada vez estoy más convencido de que Castilla tiene que volver a ser libre de parásitos desagradecidos e insolidarios. Y es que «si los pinares ardieron, aún nos queda el encinar».